Friday, January 27, 2017

Roxana Hartmann. La artista regresó a su tierra después de su divorcio con Marcos Loayza.


La voz serena y dulce que siempre ha caracterizado a Roxana Andrea Hartmann Arduz sigue imperturbable, a pesar del huracán por el que atravesó hace aproximadamente un año, cuando su matrimonio con el director de cine Marcos Loayza llegó a su fin.

Fue inevitable tocarle el tema porque, durante un buen tiempo, el Facebook se convirtió en la vitrina de su romántica historia, musa inspiradora de su obra y de sus frases. Después, el silencio llegó a su red social.

Posteriormente a la separación se quedó un año viviendo en la sede de Gobierno, y en diciembre del año pasado regresó con sus dos hijos a Santa Cruz, lista para pintar su nueva historia. Sus pequeños fueron la razón principal para retornar a casa. “De alguna forma todos extrañábamos tener cerca a alguien de la familia y me encanta verlos ahurita tan cercanos con su papá. Puedo estar bien donde ellos estén bien, no al revés. De eso se trata la libertad, de enfocar tu pasión donde te dé la gana y a mí me fascina ser mamá. Ves el mundo también a través de tus hijos, y son tuyos mientras tanto. Los niños son mágicos”, sostiene.

Sobre el efecto de dos divorcios en ellos, tiene un sólido argumento: “Sin duda fue una preocupación, pero les enseñé que el amor es lo más importante en esta vida, sobre todo amarse a uno mismo; les dije que, elijan el camino que elijan, me encantaría que sean siempre felices. Entonces no me da miedo que vean que su mamá se divorció dos veces, sino que vean que su mamá es infeliz, que no luchó y se los puso en la espalda para encontrar esto que no es una mentira, que es la felicidad. Los momentos difíciles, que los hemos vivido los tres, nos han servido para disfrutar los momentos muy felices”.
Dice que sana su corazón con ayuda de los trazos, los mismos que se convierten en su forma de vida, junto con el diseño gráfico y el diseño de ambientes. “Claro que hay dolor, pero no lo voy a compartir; si no hubiera dolor, sería falso”.

En noviembre de este 2017 cumplirá cuatro décadas. El paso de los años y dos divorcios no hacen mella en su espíritu, sigue libre y brioso como es habitual. “Siempre fui amante de mi edad y ahora la encuentro particularmente maravillosa porque me doy la licencia de hacer lo que me da la gana. Siempre he hablado de la coherencia, en mi obra, etc. y, si bien uno es parte de una sociedad, me siento con la libertad de ser plenamente yo, dentro del contexto en el que me sitúe. En La Paz era Roxana Hartmann, con sus bondades y desgracias, y esa misma se ha mudado a Santa Cruz”, argumenta, un poco más rubia que de costumbre.

Un amor expuesto

A diferencia del común de la gente que no llega a un final feliz, no se arrepiente de haber gritado a los cuatro vientos lo hermosa que era su relación en su mejor momento. “Saber que nada es para siempre, ni la propia existencia, es duro. Somos seres que transitamos por esta vida y encontramos personas que son lo mejor que existe, la razón de tu vida, y de pronto, terminó. Reconocerlo así me sirvió para decantar todo lo bueno y guardarlo para mí. En ese momento yo era la persona más cursi del planeta virtual, y ahora miro hacia atrás y muero de la risa de todas las cosas que hacía y sentía. Creo que en mi caso me desbordaba el amor, salía por todas partes”, confiesa.

La ruptura no le restó fe en el amor. Es más, a pesar de todo, dice que la convivencia en pareja es muy bonita y que ya tuvo su duelo. “No creo en la persona ideal porque el ideal se lo plantea uno y, como es invento de uno, no existe. Creo en el vivir día a día. Quizás cierro la puerta y encuentro a alguien que me encanta, no estoy buscando a nadie ni escuchando ofertas”, aduce sobre si hay una nueva relación en la mira.

Y además de los trazos, tiene una terapia adicional para canalizar los sentires no tan positivos: el trote, una hora diaria por lo menos. Es que, por más inmutable que parezca, reconoce algunas frustraciones, esas que la delatan como ser de carne y hueso. “Troto porque soy renegona, me da rabia la inercia, en La Paz me afectó mucho la escasez de agua, me pareció humillante”, se desahoga, abandonando a la dulce Roxana


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