La Bienal del Cartel es un -ya reconocido- evento de proyección internacional: una plataforma de experiencias a todo nivel. La dinámica del evento genera un movimiento, que no queda solo en el intercambio de una charla, conferencia y/o actividad nocturna.
Va más allá, casi como un efecto dopler: donde una vez terminada la semana, empieza una interconexión principalmente en las redes sociales, y las posibilidades -dependiendo de cada uno- de lograr una dinámica perdurable.
No solo desde lo tangible que se vuelve el cibermundo, sino las miles de detonaciones que se generan, más en el interior mismo de cada individuo. La Bienal del Cartel es una sacudida intensa y estimulante.
¡Acá es donde se pone buena la cosa!, lo que queda en nosotros: desde los que disertamos, los que escuchamos, los que vimos, los que ni siquiera estuvimos o fuimos porque quisimos estar. Sí, es un gran evento, sí se logra a través de él generar un layer de nuevas visiones.
Me llama la atención, que sea el cartel (afiche) la gran excusa, ¿es acaso reconocible desde el ojo del diseño para Bolivia?, ¿existe una cultura de cartel (afiche)?
La cuestión es cómo un elemento que no se explora realmente tanto en Bolivia pueda hacer una bienal de semejante alcance ¿A qué se debe esto? En ese caso pienso en el cine, creo que ha sido el referente para este soporte de difusión con mayor frecuencia en Bolivia. Existe una colección de carteles (afiches) que han sido testimonio gráfico del paso del cine boliviano.
Este como emisario de comunicación visual, siempre ha tenido la capacidad a través del arte ilustrado: comunicar sintetizada y creativamente toda una experencia cinematográfica.
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