Música Fiorita es precisión con sensibilidad extrema. En San Javier, la noche del viernes el ensamble suizo, dirigido por Daniela Dolci, demostró por qué es un clásico del Festival de Música Renacentista y Barroca Americana que siempre vale la pena revisitar.
En su sexta participación en Misiones de Chiquitos, los suizos montaron dos programas: uno acompañado de un coro de jóvenes chiquitanos, que incluía la Misa Palatina, de Martin Schmid, y el segundo, el interpretado en San Javier, que hacía convivir las obras de Dario Castello, Tarquinio Merula, Maurizio Cazzati y Doménico Gabrielli con sonatas chiquitanas, tan anónimas como europeas, sin que la fusión resulte extraña, impostada.
Así se inició
El concierto comenzó con la Sonata X, de Castello. Ahí, rápidamente, Música Fiorita desveló sus armas. Un violinista sutil, German Echeverri, y otro aplomado, potente, Cosimo Stawiarski, sobrevolaban sobre una base sonora proveniente del clave de Dolci, el violoncello de Detmar Leertouwer y el laúd de Rafel Bonavita.
En la Sonata a 3, de Cavalli, quedó al descubierto el trabajo en los detalles de Dolci, la afinación de las sutilezas de los violinistas, la atención en los adornos barrocos de la música, las lágrimas contenidas del laúd de Bonavita, la mordaza propia del género en el chelo de Leertouwer y los susurros provenientes del clave de Dolci.
Chelo, laúd y teclado formaban una cama sonora, una repetición continua sobre la que dos violines jugaban, dialogaban, se retaban a duelo y se lucían.
Así, La Luciminia contenta, de Marco Uccellini, cobra un aire dramático, mientras que Ballodetto Gennaro, de Merula, llena el templo como si fuera un coro a cuatro voces.
La calidad
Echeverri es todo sutileza, mientras que Stawiarski es poseedor de un sonido robusto, preciso. Es también una declaración de intenciones de Dolci. Cree que esta obra del Archivo Misional de Chiquitos no parece extraña al resto del repertorio y declara que entre su grupo y el pueblo chiquitano hay un amor fresco y muy natural.
Música Fiorita se ha caracterizado por ensamblarse con coros misionales en cinco de sus seis participaciones en el festival. “Nosotros tenemos tal vez otro tipo de formación, pero, en Europa, falta una poesía de la vida que aquí la gente tiene.
Puede ser una ventaja no haberlo racionalizado tanto, porque aquí la gente vive la música, entra a la iglesia como si fuera su casa y esa forma de vivir la música hace que para todos sea una buena experiencia”, explica Dolci, apoyada sobre un mesón alto de la sacristía de San Javier
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Sunday, April 27, 2014
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